miércoles, 8 de junio de 2011

Circulación

El cuerpo humano está recorrido por una compleja red de conductos por los que circula la sangre. Las arterias son tubos de paredes elásticas, como de goma. Gracias a esto, pueden dilatarse y contraerse, ejerciendo presión sobre la sangre que circula por ellas ayudando así a la acción impulsora del corazón. Mientras que las arterias son los conductos por los que la sangre sale del corazón para dirigirse hacia el resto del cuerpo, por las ramificaciones de las mismas, las venas constituyen el camino inverso, devolviendo la sangre al corazón. Las venas son parecidas a las arterias, pero mucho menos elásticas. En su interior existen unas válvulas que sirven para impedir el retroceso de la sangre, de modo que circule siempre hacia el corazón.

Las arterias y las venas se conectan entre sí mediante tubos muy finos, llamados capilares. De este modo, la sangre puede circular, pues dispone así de un camino completo. Las paredes de los capilares son muy delgadas para permitir que a través suyo entren y salgan los gases, alimentos y residuos. Así, por ejemplo, en los pulmones, los capilares absorben oxígeno y desprenden el dióxido de carbono transportado en la sangre. En el intestino, por ejemplo, los capilares incorporan alimentos y vierten residuos que se convertirán en materia fecal. En la piel, los capilares eliminan los residuos como sudor.

En síntesis, la sangre es impelida por el corazón, recorre las arterias, pasa por los capilares y vuelve al corazón por las venas. A lo largo de este camino no sufre ningún cambio de composición cuando circula por arterias o venas, pues éstas solo sirven de canales conductores, mientras que en los capilares sufre importantes transformaciones.

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